lunes, 9 de abril de 2012

Testimonios de Semana Santa

La Semana Santa es sin duda uno de los momentos del año que más manifestaciones públicas concentra y que más han arraigado en la sociedad, por una parte por la señal identitaria que su significado posee, no es solo por el hecho religioso, muy importante en base, sino por el hecho cultural que forma parte de esa construcción del  individuo y cómo éste se manifiesta en un determinado grupo.

En Cogeces del Monte se funda, como en casi todos los pueblos castellanos, la cofradía de la Vera Cruz, cuyo desarrollo está en consonancia con la mentalidad contrarreformista, principalmente por la puesta en práctica de manifestaciones públicas de fe, fomento de la devoción mariana y sacramental, y especialmente hacia la Cruz, la imitación salvífica de Cristo y los dolores. Pero también, muy importante, es que se organizan de acuerdo a la estructura social del momento, el Antiguo Régimen. Al igual que el resto de cofradías fundadas durante los siglos XVI y XVII, durante el XIX entran en una decadencia que se agrava en el XX, con su desaparición en el caso nuestro.

En cuanto a las costumbres, actualmente poseemos el testimonio de los más mayores, que siempre lo recuerdan con mucho cariño, en ellas se ponen de relieve aquellos ritos en los que se requería una participación mayoritaria de los habitantes del pueblo: las procesiones, velas, sermones, Via Crucis o construcción del Monumento. Ha sido publicado en numerosas ocasiones el testimonio de Teodosio Arribas que escribía lo siguiente:


Si cualquier culto religioso rezuma fervor, piedad y devoción entre los hijos de Cogeces del Monte, los cultos, usos y costumbres de Semana Santa, siempre sobresalieron en respeto, amor y entusiasmo en ejecutar sus rancias tradiciones, que como la lluvia de rosas, ha embalsamado con su fragancia las almas enamoradas del "Mártir del Calvario". Almas, que encendidas en la fe y abrazadas en la caridad, siguieron las huellas del Redentor en sus procesiones, y los pasos dolorosos de la Santísima Madre, en la vía de sus amarguras y quebrantos.
Vamos pues, con la ayuda de Dios, a poner de manifiesto para recuerdo de muchos y memoria de todos, cómo se celebraba la Semana Santa en Cogeces cuando yo era niño y cómo se celebra hoy (ya pesan sobre mí 72 Semanas Santas).
Es cierto que nuestras procesiones no han sido, ni son, fecundas en pasos o esculturas: un Cristo yacente que el vulgo desde tiempo inmemorial viene llamando "Ecce Homo", una Dolorosa que siempre se la ha invocado con el de la Soledad, el Cristo del Penitente, llamado así por cargar siempre con él, el que viste de nazareno. Otro Cristo conocido por el de la Parroquia, una cruz de palo negra distinguida por la cruz de Bastos, otra cruz plateada, la cruz de la Parroquia, y un guión negro, que abre la marcha, desplegando al viento su crespón, emblema del dolor.
Todos estos son los pasos procesionales ante los cuales los fieles de Cogeces han desgranado sus mejores afectos en oraciones y penitencias los días de Semana Santa. Yo mismo he visto en estas procesiones, pies descalzos, lodados de polvo y barro por seguir las huellas de su Redentor en su vía dolorosa. He visto penitentes disfrazados con el hábito morado, el cordón ceñido y la capucha levantada simulando al nazareno. También he visto hombres de todas las edades, clases y condiciones cargar sobre los hombros el leño pesado de la cruz, a manera del Cirineo. No han faltado tampoco mujeres veladas con el manto de la caridad, verónicas decididas, que hollando el respeto humano siguieron a Jesús en el Calvario y con la toca de sus virtudes, limpiaron el polvo de sus ligeros extravíos.
Abundaron los trovadores, que de un lado y de otro de las veneradas imágenes, lanzaron al aire, a guisa de saeta, los quintetos que al nuevo navegador, dedicaron los poetas romanceros.
Ni faltó la Guardia Civil dando escolta a los pasos, principalmente al Ecce Homo y a la Soledad, y hubo personas de ambos sexos que quemaron la más blanca cera de sus velas y hachones en honor del "Mártir del Gólgota".
Y niños y niñas simulando ángeles que llevaban en ricas bandejas la corona, clavos, esponja, lanza y demás trofeos de la dolorosa pasión del divino crucificado. Jamás los hijos de Cogeces del Monte regatearon su dinero para pagar predicadores de fama y celosos misioneros que llevaron a cabo los oficios de Semana Santa. Niños y niñas, las tinieblas hoy en buena hora suprimidas por el grave abuso de algunos, constituían el programa de las ceremonias. Niños y adolescentes con sus tradicionales y a veces descomunales carracas hacían el ruido y las autoridades y mayordomo ocupaban los primeros puestos en los bancos de la Iglesia.
Las limosnas voluntarias, que los fieles ofrecían en los cabildos que se celebraban, consistían en trigo, aceite y cera. Se hacía cargo de ellas el mayordomo para sufragar los gastos de todo el año que eran cuantiosos como cuantiosas eran las referidas limosnas ofrecidas y depositadas. Recuerdo perfectamente que un año, sólo por velar y guardar el monumento, valió diez fanegas de trigo y así sucesivamente, los demás pasos que salían a la procesión. Bendita costumbre que duró hasta los años de este siglo. De ello no queda más que el recuerdo, todo ha desaparecido, y solo quedan algunas rancias tradiciones. Lo que no se ha perdido ni ha desmerecido nada es el fervor religioso, la devoción y práctica a los divinos misterios, el ideal cristiano y el amor profundo a nuestras piadosas tradiciones. No soy yo, es un celoso misionero Rvdo Padre predicador quien dijo: "Llevo recorridos muchos pueblos y Cogeces del Monte es uno de los mejores en celebrar la Semana Santa en devoción, piedad, en buenas costumbres y en asistencia". Entre las buenas costumbres, siempre se destacó y sigue destacándose, la figura majestuosa de doce ancianos, que imitando a los doce pescadores, perpetúan la asombrosa ceremonia del Lavatorio de los pies el día de Jueves Santo. Muchos han rivalizado en disputarse este puesto de honor, en sentarse en el grupo de los apóstoles en el Cenáculo.
Actualmente la Semana Santa palpita en el Domingo de Ramos con una multitud de niños y niñas como blancas mariposas revoloteando alrededor de las palmas. Bendecidos los ramos por el celebrante, primero los reciben las autoridades y después se lanzan los niños y niñas en compacta fila con sus respectivos maestros y a continuación todo el pueblo fiel. Para todos hay ramos. En el momento de la procesión, la Plaza semejaba un campo de verdes ramas agitadas por el viento simulando la entrada triunfal del Hijo de David en la ingrata Jerusalén. Cuando yo iba a la escuela, y mucho después, también los niños nos congregábamos en ella con los maestros y marchábamos a la Iglesia precedidos por una cruz verde y cantando por las calles aquellos popularísimos versos de " Jesús que triunfante entró el domingo en Jerusalén" y esto se repetía en todos los actos divinos del Jueves y Viernes Santo. ¡Hermoso espectáculo!.
Los hombres se descubrían al paso de la Cruz y el ministro del Señor no comenzaba los cultos hasta que no llegaban los niños. Con la ineptitud de algunos maestros y la tolerancia de ciertas autoridades, estas piadosas costumbres fueron desapareciendo, y hoy, de ello ya no queda nada. Terminada la procesión de Ramos, da comienzo la misa y mientras el celebrante lee la Pasión del Señor por San Mateo, un seglar desde el púlpito la leía en voz alta y en castellano para todos los asistentes. Terminada la misa, sólo quedaba el Calvario por la tarde y el rezo del Santo Rosario. Martes y Miércoles Santo se ponía el monumento. Este emblema del Cenáculo para Cogeces siempre fue una preciosa maravilla y un lugar de respeto y acendrada devoción. Ante él se han postrado ricos y pobres, altos y bajos, grandes y pequeños, ancianos y niños, buenos y malos, porque también los malos en Semana Santa tienen actos de contrición. Ante el Monumento se ha derretido mucha cera, ha lucido mucho aceite, se han quemado cirios, se ha rezado mucho. Para mi pueblo, repito, el Monumento constituyó un poema de amor: en él ha sido expuesto el Santísimo y eso basta. En cuanto a la forma y piezas que lo integraban, algún día fue la admiración de todos; hoy el deterioro y la polilla han desfigurado su primitiva solidez y colorido, de tal forma, que desde el año 1951 hemos tenido que prescindir de él y sustituirle provisionalmente por otro que se basa en unas sábanas y colchas. Dicho monumento antiguo poseía doce escaleras en cuyo fondo verde y encarnado y con letras bien legibles se leía en latín las palabras de San Pablo: "Cristo se hizo hombre y obediente hasta la muerte y una muerte de cruz". Al uno y al otro lado de las escaleras había una barandilla color verde con una balaustrada torneada que servía para colocar velas o luces al Santísimo. Arriba, en las mencionadas escaleras, se apoyaba un arco de madera de color rosa y al remate del arco descansaba la Santa Faz, vulgarmente llamada la Cara de Dios o Divino Rostro con los atributos de la Pasión: escaleras, tenazas, martillo, esponja y corona de espinas, todo ello sobre una sábana blanca, símbolo de la Sábana Santa de la Verónica. En el centro del Monumento, sobre un sólido y grueso tablero, una mesa sobre la que se posaba la custodia dorada, donde se encerraba el Divino Prisionero expuesto a la veneración pública. Era cerrada la custodia con llave de oro y sobre ella, se colocaban las tres varas de la justicia, donde permanecían hasta el día de Pascua, en cuyo ofertorio de la misa, el sacerdote las distribuía entre la misma justicia.
Ambos laterales se veían rematados por dos lienzos de pincel desconocido, tamaño dos metros de alto por metro y medio de ancho. Figuraba en uno, el Ecce Homo, o sea, Jesús y Pilatos ante el balcón en el momento de ser expuesto a Barrabás; y en el otro, la flagelación o el Señor atado a la columna. Por fin, otros dos lienzos representaban en tamaño natural dos soldados de la guardia romana, vestidos a la usanza, con espada y lanza en actitud de guardar el sepulcro del Señor. 
Tales eran las piezas que constituían el antiguo Monumento, que tantos recuerdos nos dejó, porque ya no lo volveremos a ver puesto. Las horas divinas de los tres días del Jueves, Viernes, Sábado Santo.
Constituían, en el Jueves la misa por la mañana, Lavatorio de los pies por la tarde, con el sermón de Mandato, procesión y Hora Santa; por la noche a las 12 Calvario de Penitencia por las calles y nada más. Viernes temprano, el sermón de la Pasión, después los divinos oficios y por la tarde procesión, rosario y sermón de Soledad. Sábado, bendición del Cirio, misa, rosario y canto del Regina Celi. Así se celebraba en Cogeces del Monte la Semana Santa o Semana Mayor. Hoy todavía queda algo de lo antiguo.
Quiera Dios que tan laudable como piadosa costumbre, siga siendo para gloria suya y provecho de nuestra alma.